Los que vivimos en nuestra profesión, (psicólogos, psicopedagogos y maestros) nos llevan a pensar qué cuestiones se les pasarán por la mente a aquellos alumnos considerados con déficit atencionales, motivacionales, dificultades de aprendizaje, conducta disruptivas, etc., serán similares a éstas: “¿Por qué tengo que estudiar?, ¿Para qué me va a servir?, ¿Por dónde empiezo?, ¡Qué más da otro examen suspenso!, ¡No me van a hacer ni caso!, ¡Ni siquiera tengo un sitio donde estudiar!, ¡Si puedo copiarme perfectamente, no se darán ni cuenta!, ¡Para qué me voy a poner todos los días si el día antes del examen lo leo y me hago una chuleta, voy a aprobar igual que los empollones!” y tantas otras que circularán por el pensamiento de miles de estudiantes a diario.
Por eso estamos convencidos de que “enseñar a
estudiar” consiste en ponerles a su alcance procedimientos y estrategias
de enseñanza-aprendizaje que hagan más llevadera y amena su labor, les den
sentido educativo a su trabajo y rechacen estereotipos, fórmulas negativas a su
condición de estudiante, porque en el futuro van a necesitar esa preparación
para la vida en general y en sus puestos de trabajo en particular.
No se estudia por gusto, ni por capricho de
quienes pasaron por esa experiencia, sino por uno mismo, por la satisfacción
personal del deber cumplido, por superar metas, por seguir ampliando
conocimientos de diversa índole: conceptuales, procedimentales, actitudinales,
por darle rienda suelta a la imaginación, al hecho de compartir con los amigos
situaciones nuevas, de predecir, de investigar, de reflexionar, de sentirse
útil, este es el compromiso que debemos hacerles ver y que tantas pesadillas
nos hace tener a educadores y padres.
Yo, como orientador también me he planteado en
muchas ocasiones serios interrogantes referentes al entorno que rodea a los
alumnos: ¿Tendrán un cuarto de estudio para ellos solos sin que nadie les
moleste?, ¿Estarán pendientes los padres de las actividades que realizan?,
¿Contarán con suficiente material escolar, de consulta, tecnológico y
divulgativo?, ¿Dispondrán del tiempo justo y necesario para equilibrar momentos
de actividad-descanso?, ¿Sabrán hacerlo?, ¿Tendrán un guía donde apoyarse?,
¿Recibirán estimulación oportuna?, ¿Mostrarán ilusión, constancia y esfuerzo en
sus actividades?
De cuantos factores pienso, considero que la
motivación intrínseca es primordial, un niño no puede hacer los ejercicios por
el mero hecho de conseguir algo a cambio, de obtener buenas calificaciones
porque se va a ver inmediatamente recompensado con dinero, bienes materiales,
juguetes, prolongación del horario en fin de semana, aumento de la paga… porque
entonces entenderá que siempre que se esfuerce conseguirá a su favor un
estímulo positivo y en la vida se encontrará que esto no ocurre así, que debe
aprender a solucionar conflictos, a aceptar las derrotas, a aprender de los
fallos, tenga o no valoración por ello. Ojo, que no queremos decir que los
incentivos, los “feedbacks” positivos que utilizamos en colegios para
premiar los logros de los pequeños en su desarrollo deban suprimirse, pero hay
que saber controlarlos y proporcionarlos, en la medida en que los beneficios
para ambas partes, educador y educado tengan las mismas satisfacciones.
El mensaje al estudiante que hoy queremos
compartir con nuestros lectores fue envidado por un gran genio, Albert
Einstein, quien nos decía al respecto “Nunca consideres el estudio
como una obligación sino como una oportunidad para penetrar en el bello y
maravilloso mundo del saber”.